sábado, 19 de diciembre de 2009


Foto: Femme.

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La hizo ir y venir. Le dio la vuelta varias veces. Puso su rutina patas arriba. Domesticó sus apetitos, sorbió su cuerpo y luego desapareció.

La dejó naufragando en preguntas, en recuerdos inacabados, torturada por la frustración de no tenerle los labios sin reserva.

Al cabo de un tiempo la recordó tibia y cimbreante como el fondo del mar y volvió a buscar sus brazos generosos, lascivos.

Volvieron a verse.

Ella lo recibió cálida, sin réplicas y esa noche se cobró los silencios bebiéndole la piel con urgencia, impaciente. Transportándolo a una explosión de placer en la atracción centrifugueante y fogosa de sus caderas. Tomándolo sin dejar un centímetro sin asolar, sin ceder ni un segundo en el dominio brutal y violento con el que lo poseyó esa noche.

Después, saciada el hambre y calmados los demonios incontenibles de su sexualidad, por primera vez desde que empezó a desearlo sintió la boca seca y el cuerpo sobado. El abrazo en el que estaban le pareció acartonado y postizo. Le sobraban las atenciones y la perspectiva de dormirse a su lado se le antojó un fastidio, un mosquito pegajoso en la piel sudada.

Ella se escurrió entre las sábanas, se vistió torpemente, tropezando con los muebles, temiendo que él se despertara y la atrajera hacia sí. Antes de alcanzar la calle ya se preguntaba dónde se había quedado la parte de sí mima que tiempo antes se deshacía por sus ojos grises.

Caminó hacia su casa para bañarse en agua caliente y abundante y, con ella, se borró del cuerpo las últimas huellas de ese amor fulgurante, de ese amor desproporcionado y fugaz que él le despertó con astucias y le curó con silencios.

Cuando cerró el grifo ya no recordaba los sabores de las noches que compartieron.




lunes, 7 de diciembre de 2009

Venas de tinta


Foto: De la cabeza a los pies.
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Delirio perteneciente a los muchos delirios que van conformando el esqueleto de mi libro frustrado. Una gota de la sangre de Ismene:
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Ella deja que la sábana se deslice y le muestre la curva de su cadera. Lo hace para encenderle con su cuerpo aniñado, para someterle dulcemente a sus caprichos mañaneros. Su piel blanca, su pelo desordenado, sus historias crueles y conmovedoras. Todo forma parte de sus juegos.

Le han roto el corazón otra vez y lo reclama para que la sacie, para que le recuerde lo maravilloso de vivir sin grilletes, para que la haga sentirse fuerte y deseada. Para que le arañe los brazos cuando se lleva un dedo a la boca.

Cada semana anuncia un amor definitivo que luego descarta y olvida sin huellas aparentes. Ella amó a muchos. Pero a todos sólo un poco. A él le dice que sabe que mientras no se vuelva loca de amor nunca dejará de ser una cuentacuentos mediocre. Puede que no se engañe en esencia, pero es que ella no cuenta cuentos estrictamente. Ella confiesa pecados. Ella se purga contando.

Y cuando ame, cuando ella ame de veras... puede que se cierre la fuente de sus debilidades. Puede que cuando no disponga de sus infinitos espacios de perdición ya no necesite estrofas para digerirlos.

Él que es todos los hombres que se abrigan en sus sombras... augura el silencio cuando se convierta en partículas borrosas del recuerdo.
Tal vez ella deba amar mucho, pero no enamorarse. Que el amor es exigente y egocéntrico, y no permite que en su reino se muevan más aguas que las que arrastra su corriente.

Ella ha de amarlo todo sin excepción ni exclusividades.

Ésta ha de ser su ofrenda a la belleza.