ni creo que yo pueda beberte los labios sin miedo
alguna vez.
No creo que te atrevas nunca a tenerme,
ni me atreveré yo a entrar
en tu pecera de cristal cuarteado
en lo lacerante de tu amor apagado,
en la asfixia de las paredes hipotecadas.
Así nos miramos,
nos fantaseamos,
nos tocamos en los finísimos límites de la cordialidad.
Allí nos esperamos sin esperarnos,
allí en la cama propia con el cuerpo ajeno
allí donde no nos nombramos
donde
nos
ansiamos.
No llamaré a la puerta de tu cuerpo voraz
ni despertarás tú la calma de mi piel devastada.
Pero cada vez que te encuentre
...cada...
...vez...
... pensaré en tu dolor infinito....
... en el porqué del porqué no...
cavilaré en si soy reo o verdugo
libre o esclava
pensaré
que no nos mordemos
porque ni me atrevo yo a demolerte la calma
ni te arriesgas tú a perderla
buscando
un bocado
de sensualidad.