
No sé de qué quiero escribir hoy,
pero sé que hay algo que quiere salir.
Busco palabras pero se me escabullen,
las busco pero hoy no me encuentran ellas a mí.
Esta tarde gris de calabobos
me parece que cuanto más tiempo tenemos
más tiempo perdemos.
Yo no quiero perderme
y me busco.
Me busco en los días vacíos,
en las mañanas aceleradas,
me busco no porque esté perdida,
me busco porque buscarse es el primer paso para
algún día,
o varios
o todos
encontrarse.
Buscarse es un ejercicio brutal
de honestidad
de realismo,
buscarse es desempolvar las miserias,
las grandezas,
lo méritos y los errores
y con todo eso
entenderse.
Encontrarse no es un destino,
es darle sentido a un camino
que puede ser escarpado,
abrupto
puede estar sembrado de almendros en flor
y puede serlo y tenerlo todo a la vez.
Cuando esto ocurre, nuestras vidas son plenas.
Son vividas.
No, no es esto un poema.
Es una ventana,
un torrente de agua,
un pétalo que acariciar,
unos labios que perseguir,
una mentira,
un dilema.
No, esto no es un poema,
somos todos
cuando nos desnudamos
cuando tenemos miedo
cuando sentimos pudor
cuando estallamos de euforia,
cuando somos iguales.
Son los anhelos y las fobias
son los besos que espero
y los que deseo olvidar.
Las palabras aturdidas son como la vida:
se esconden,
y cuando empezamos a buscarlas
nos cruzamos con otras palabras que se esconden de otras almas,
con ellas coqueteamos
nos mezclamos
y aprendemos de otras palabras
de otros exploradores
de otros viajes.
Y cuando por fin las encontramos
nos damos cuenta de que
si estuvieran desde el principio a nuestro alcance
no nos habrían servido para nada.
No tendrían nada que contar.