viernes, 28 de noviembre de 2008




A veces no sabemos explicarnos,

manifestar el cómo

y mucho menos el porqué.

Nos pasa a todos.

Es un espacio de lucidez indescifrable

en el que se nos enroscan las palabras

en el que se enredan las visiones

los delirios y los deseos.

Pero no sabemos explicarlo,

no podemos ponerle nombre

ni imaginarle forma.

Nos pasa en el amor

en el desamor.

También en la búsqueda de nuestro camino.

Nos pasa

en los claroscuros de las etapas intranquilas.

En las arenas movedizas del crecimiento.

Pero pienso

que todo lo que se remueve

todo lo que se retuerce

se agranda,

se sabe,

se crece.

Y aunque a veces duele

duele, duele

y a veces pica

y otras muerde.

... En la habitación propia

cuando se nos da la vuelta el día

en esa intimidad completa del pensamiento,

justito antes del viaje

del sueño...

ahí

ahí

... se nos descubre el sentido

el valor...

ahí encontramos la puerta.

Y después,

detrás de esa puerta

está la palabra que buscábamos.

La llave secreta de los secretos

que cada uno tiene sobre sí mismo

incluso para uno mismo.

domingo, 16 de noviembre de 2008

martes, 11 de noviembre de 2008



Súcubo porque en el desenfreno atolondrado de nuestra indecencia te bebo el alma y con ella me recreo en sueños cenagosos.

Súcubo porque con la sangre que nos removemos busco la forma de invadir la que te quede en calma.

Porque en el narcisismo frustrado me hago fuerte y eterna. Me hago con tus impulsos, me hago con tus pensamientos ocultos, con la sed de tu cuerpo, con el rastro de tu serenidad, me hago con los rastrojos de tu paz atropellada.

Súcubo porque si te muevo, si te tomo, si te dejo, si te rompo... es para echarles de comer a mis demonios y que éstos me sostengan la pluma.

Y tú íncubo, porque tus ojos alucinados en las postrimerías de la rendición al placer dicen, dicen no claro pero sí descifrable... que te pierdes por los infiernos dulces... y que te activa el desconsuelo de la incertidumbre.

viernes, 7 de noviembre de 2008

A Margarita Xirgú, por su magia imperecedera.


Dicen que su voz despertaba a las piedras, que sus ojos se comían los espacios.

Dicen que el Teatro de Mérida (espléndido, intimidatorio y vivo) palicedía con la Xirgú encendida.

Dicen que se arrancaba el alma en cada función y que la entregaba ciega en su vida.

Que Medea emergió de entre su piel y se hizo con cada una de sus venas. Que Unamuno recuperó para ellas el esplendor de su genio. Que Lorca se bebió sin pausa su talento y que ella se lo devolvió con un esplendor racial.

Que fue la más grande, y que cuando pisas sus escenarios aún se respira el perfume punzante de quien se deshace el cuerpo, de quien se vacía con honestidad y fuerza. Que aún huele a sus batallas, que las tablas besaron sus pasos y las butacas lloraron su exilio.

Margarita, la venus tarada, completa y deslumbrante de nuestro teatro.  
...

Ojalá que pronto puedas
correr por altas montañas
libre de tu camerino
como una corza de llamas.


García Lorca
...

sábado, 1 de noviembre de 2008


"Matías vende cupones encaramado a una pared en la estación de autobuses. Le acompaña Neo, un labrador negro de ojos pacientes y expresión satisfecha.

Neo se entretenía esa tarde jugando entusiasta con una pelota del tamaño de una mandarina. La mordía, la acorralaba entre sus pezuñas y le daba vueltas. 

En un despiste se le escapó y se alejó irremediablemente precipitándose por las escaleras que bajan a los andenes. Pero Neo no la persiguió. Aunque se estuviera alegrando el día con ella, ni pestañeó.

Observó con un inequívoco gesto de pena infinita cómo se perdía su rastro, siguió el peregrinaje de su juguete con sus ojos enfermos de tristeza, con una expresión de frustración inabarcable, con la misma expresión de pérdida que tendrían quienes se estuvieran despidiendo de su amante en los andenes de abajo. 

Pero no se movió porque no pensaba dejar solo a Matías ni el tiempo de un suspiro. Éste vivía ajeno al drama que se había desatado para su lazarillo, pero Neo no hizo nada para advertirle del problema. No quería inquietarle.

El gesto fue de una elocuencia abrumadora. Ni un titubeo, ni un tímido asomo de duda porque su fidelidad cierta, su fidelidad clara y entera le decía que no era sólo el custodio, el compañero de ese hombre. 

Neo sabía algo que no se aprende ni enseña, algo que forma parte de la intuición de la generosidad. Sabía que mientras se mantuviera a su lado, muy cerca, imperturbable... su amigo Matías no estaría ciego.

Así que no iba a moverse de allí. "

...

A Silvia, María y Kechu, que me prestaron sus ojos para ser capaz de ver esta historia.