lunes, 25 de enero de 2010

mudanza

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Foto: Visión de un escarabajo. Estación de trenes. A Coruña.
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No sabía exactamente qué le estaba pasando. Llevaba días dispersa y apática. Aburrida de todo y de todos. No era capaz de deshacerse de una sensación de pena que se le pegaba al cuerpo como ropa mojada, que la hacía caminar pesada, como enfrentada a un viento furibundo que le impedía subir una calle cuesta arriba.

Pasó unos días encerrada en su guarida de papeles y durmiendo a todas horas. No era pereza, era que su cuerpo le indicaba que se sumergiera en sueños. Que explorara entre los delirios de su imaginario. Pero no entendía nada de unas imágenes que se le escapaban como arena entre los dedos. Y seguía durmiendo a ratos, entrando en un estado de inconsciencia profundo que la dejaba agotada.

No cogía el teléfono, no respondía a los mails. No quería saber nada de lo que ocurriera más allá de sus viajes.

Salió una tarde a consultarle a un amigo sabio. Él era un vividor de lienzos, un resucitador de inquietudes. Una amistad que se urdió en la adolescencia y se mantenía viva, y dispersa, porque ambos habían cruzado a otros mundos y sentían que debían compartir el privilegio de regresar para contarlo. Un pintor de locuras hermosas que había dormitado el tiempo suficiente en las copas de árboles inaccesibles como para poder comprender lo que ella estaba viviendo.

Le contó:

- Le prendería fuego a todo lo que me rodea y con sus cenizas erguiría un monumento a las aves migratorias.

- Ruges endemoniada- le dijo- porque sabes que una parte de ti ardería entre esas llamas. Déjame pintarte hoy que estás inquieta.

Él la bosquejó en su libreta mientras ella fumaba empedernida. Hablaba sin pausa, a borbotones, hablaba liberando impunemente a sus demonios porque sabía que a él podía mostrarle sus tripas sin ser juzgada.

Cuando acabó el dibujo se lo mostró y le dijo:

- Así eres ahora. No temas, pronto te saldrá una nueva y fuerte.

Ella extendió la mano, asió el cuaderno y miró el dibujo. Sus ojos se despertaron. Enterró la colilla en el cenicero, se abrazó a él y lloró hasta vaciarse.

Había dibujado la piel abandonada de una serpiente. La mudanza de un animal majestuoso que reptaría desconcertado y asustado por la selva hasta fundir su carne con su flamante disfraz nuevo.


5 comentarios:

iriana dijo...

Tía pues dame el numero del pintor ese que me analice porque teño un día que non me aturo ni yo, estoy con el " modo hija puta" en "on"!!! Jajaja

un biquiño pekena

Chousa da Alcandra dijo...

Eu tamén quero ter sempre á man un resucitador de inquietudes para que saiba indicarme cando estou "mudando de alma"...

Biquiños

megustanlosmiercoles dijo...

é fácil saber cando se muda de pel, porque é tan molesto e incluso agónico, que é imposible eludilo. O que pasa é que na meirande parte das ocasións, preferimos coller de novo a pel que nos acaba de caer.

(encántame. Supoño que no meu narcisismo, non deixo de sentirme identificado)

Gretel dijo...

Sí, el habitador de copas de árboles inaccesibles y su fervor por la simbología del reptil son, claro, patrimonio de tu compañía.

Anónimo dijo...

Pues yo últimamente también le prendería fuego a todo lo que me rodea y con las cenizas le haría un monumento a cualquier cosa. Solo que los Capricornio no lloramos :-).
Un beso.