martes, 30 de diciembre de 2008



Esa pequeña respondona de las medias de colores que sin que me lo espere me empuja contra un portal para comerme la boca. A mí, un  mendigo de su cuerpo.

Esa que me envía relatos eróticos que me vuelven loco en el trabajo.

A la que dibujé una tarde de tormenta desnuda y dormida porque me enloqueció su entrega absoluta al sueño.

Esa a la que tengo y no tengo, esa que se escapa y de la que me alejo. 

Esa que me dice que soy un capullo incontenible, que no hay manera, que no puedo ser así... pero que luego me lo hace desaforada.

Esa a la que meto en la bañera y a la que miro el cuerpo.

A la que espié un día en la intimidad de su habitación, cuando se probaba sombreros... y pensé que nunca dejaría de dolerme tanto deseo.

Esa que se dejó una bufanda en mi casa que olía a su piel, que secuestré y por la que exigí un rescate de depravaciones.

Esa que me dice que la quieren otros, otros a los que yo mataría, a los que quemaría y arrancaría los ojos...

....esa dulce y perversa, tranquila e impaciente a la que no tengo valor para tener... ni voluntad para dejar de amar.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Tacto




La gama de colores es infinita en la oscuridad, cuando nos guían nuestras manos. 

Cierra los ojos.

Frente a frente desliza tus manos como leyendo, como buscando. Despacio, comprendiendo el recorrido.

Primero por mi frente despierta. Tranquilo, no tiembles, tranquilo.

Te llegan al tacto mis cejas y un poco después se te despiertan en las yemas mis párpados temblorosos, como pajarillos asustados. 

Ahora te posas en mi nariz colorada. Empieza a transitarla con tus pulgares, deslízalos desde su nacimiento como si acariciaras una flor abierta.

Las palmas de tus manos están ahora en mis mejillas y pronto alcanzas mis labios, ya encendidos, que te reciben ávidos y humedecidos. En este punto escuchas. Los labios le susurran a nuestras manos qué le pasa al cuerpo que peregrinamos. Y si entiendes el mensaje tus caricias aprenden a ser su voz, aprenden a curar y a decir. Enseñan a cada poro de la piel ajena el placer del estremecimiento insospechado.

Busca el cuello. Sin prisa. Recrea con tus manos como si esculpieras paciente. Recoge los escalofríos entre tus dedos y devuelve esa energía encrespada a mis pechos, a mis brazos, a todos los secretos de mi cuerpo.

Si has escuchado bien sabrás mucho, habrás registrado en tu memoria  todas las respuestas de mi piel. Entenderás sus sacudidas espontáneas y sabrás buscar sus reflejos placenteros.

La ceguera hace de las manos habilísimas exploradoras del los deleites absolutos. 

Tú sólo cierra los ojos. 

Que ahora temblaré yo.

domingo, 14 de diciembre de 2008





Entraron los tres a hacer la compra. Ella con un niño de unos diez años y el carrito en el que dormitaba otro de dos.

No era la primera vez que entraba aquí. Se notaba en la resolución de su dirección. Sabía dónde estaba todo y cómo dominar a los dos pequeños para que la dejaran hacer la compra tranquila. 

Miraba precios, comparaba, negaba caprichos inasumibles y sabía ceder en los escasos. Los pequeños así no percibían la sombra de su precariedad. Una auténtica matriarca.

Formaban una imagen demoledora. Vestida con un jersey un par de tallas mayor que sus huesos, acaso un poco desfasado, pero con una trenza brillantísima y perfecta sobre su hombro que reivindicaba la dignidad de la pobreza. El del medio, el de los diez años, llevaba un abrigo de corte femenino no evidente, pero sí detectable. Iban vestidos con ropa que no era para sus cuerpecitos, llevaban en su apariencia el estigma de la herencia fraternal. Olían a jabón los tres. Como si ella les inculcase inflexible que mientras fuesen limpios nadie olería su pobreza.

Llegaron a caja. 

Comida precocinada, congelados, paquetes enormes de cereales y mucha leche... era una compra que decía a gritos: " nadie nos ha dicho nunca lo que necesitamos, así que nos arreglamos con no pasar hambre".

Cuando iba a pagar ella se dio cuenta de que le faltaba un poco de dinero. Sólo un poco. La situación no debía ser detectada por los pequeños. No, no. La situación no debía ser detectada por nadie. Ojeó las bolsas...y prescindió de un pequeño cuaderno de tapas duras. Se reprendió interiormente por no haber calculado bien... pero dejó el cuaderno en caja con una naturalidad que casi... casi hacía invisible la ilusión rota. Ese cuaderno debía de ser muy importante para ella. Pero se fue a casa sin él y censurándose por haberse dejado llevar por su egoísmo al colar ese antojo en el carro de la compra. El mes que viene no volvería a pasar. Además, el pequeño necesitaba calcetines nuevos.

Ella y el niño de los diez años metieron las bolsas en un carro y salieron. Cargaba ella, claro, y esta vez le fue más difícil disimular el esfuerzo que esto le suponía. Ese carro debía de pesar más que su cuerpo. El mediano llevaba el carricoche con el pequeño. 

Ellos no fueron nunca conscientes de que era imposible disimular su historia. Creían que pasaban inadvertidos, que muchos niños pasarían por el súper como ellos. 

Pero cómo no acusar la imagen... el de los diez años llevaba al de dos y la de los once los llevaba a todos. Cómo no ver, cómo no oler... cómo no sentir la valentía de la inocencia.

viernes, 5 de diciembre de 2008





En mis labios agotados
siempre
un silencio.

Es el sonido del pudor.

En mis ojos habitados
siempre
una ausencia.

La de la afonía de tu piel.

Aunque vas y vuelves
o porque vas y vuelves
tienes un poco de mi aliento y de mi sed

pero no te espero

y mientras no te espero

juego a que me devasten las noches

a que me invadan los sueños.

En el espacio de tus dudas

no te pienso

en el espacio de las mías

apuro los licores de mi cuerpo joven.

Cuando despiertes
reconstruye el camino que te perdió en mis brazos
y si me ves distinta, majara...

... no te asustes

será que anoche no estabas y

asolé el cuello de cualquier diciembre amado.