domingo, 31 de enero de 2010


Foto: Crepitar. Salamanca, 2009.
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Era bello, dolorosamente bello. Enloquecedoramente tentador, sensible. Y estaba roto. Y esto lo convertía en una explosión de ternura y perversión irresistible. Por eso me enamoré. Así, a mi extraña y voluble forma. Así, como se ama cuando se ama unas semanas. Como se ama cuando se concentran la pasión y la curiosidad en una cama.

Ya no siento fiebres ni se me afilan los colmillos si pienso en él. Me gustaría no liberarme tan fácilmente de mis pasiones, esta es la verdad. Porque una acaba por plantearse si es que alguna fue cierta.

Pero creo que a él sí lo recordaré. Recordaré el frío pavor que me despertó su historia, recordaré su fuerza y sus inseguridades. Recordaré que conocí un ángel hermoso y astuto que en sus desbordante talento para vivir... va arañando los cuerpos y la fragilidad.

Le recordaré porque me conmovió. Porque me hice daño al imaginarme a su lado. Porque las cosas y las personas hermosas y marcadas por la fatalidad(rotas, esquilmadas, devastadas) ejercen una atracción hipnótica sobre nosotros. Nos hacen pensar que es fácil obtenerlas y nos recreamos secretamente en la visión de la perversión de la perfección.

Empachada, aunque no se me mueva un cabello, pienso que su breve visita en mi vida me hizo mejor persona, y peor mujer.

lunes, 25 de enero de 2010

mudanza

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Foto: Visión de un escarabajo. Estación de trenes. A Coruña.
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No sabía exactamente qué le estaba pasando. Llevaba días dispersa y apática. Aburrida de todo y de todos. No era capaz de deshacerse de una sensación de pena que se le pegaba al cuerpo como ropa mojada, que la hacía caminar pesada, como enfrentada a un viento furibundo que le impedía subir una calle cuesta arriba.

Pasó unos días encerrada en su guarida de papeles y durmiendo a todas horas. No era pereza, era que su cuerpo le indicaba que se sumergiera en sueños. Que explorara entre los delirios de su imaginario. Pero no entendía nada de unas imágenes que se le escapaban como arena entre los dedos. Y seguía durmiendo a ratos, entrando en un estado de inconsciencia profundo que la dejaba agotada.

No cogía el teléfono, no respondía a los mails. No quería saber nada de lo que ocurriera más allá de sus viajes.

Salió una tarde a consultarle a un amigo sabio. Él era un vividor de lienzos, un resucitador de inquietudes. Una amistad que se urdió en la adolescencia y se mantenía viva, y dispersa, porque ambos habían cruzado a otros mundos y sentían que debían compartir el privilegio de regresar para contarlo. Un pintor de locuras hermosas que había dormitado el tiempo suficiente en las copas de árboles inaccesibles como para poder comprender lo que ella estaba viviendo.

Le contó:

- Le prendería fuego a todo lo que me rodea y con sus cenizas erguiría un monumento a las aves migratorias.

- Ruges endemoniada- le dijo- porque sabes que una parte de ti ardería entre esas llamas. Déjame pintarte hoy que estás inquieta.

Él la bosquejó en su libreta mientras ella fumaba empedernida. Hablaba sin pausa, a borbotones, hablaba liberando impunemente a sus demonios porque sabía que a él podía mostrarle sus tripas sin ser juzgada.

Cuando acabó el dibujo se lo mostró y le dijo:

- Así eres ahora. No temas, pronto te saldrá una nueva y fuerte.

Ella extendió la mano, asió el cuaderno y miró el dibujo. Sus ojos se despertaron. Enterró la colilla en el cenicero, se abrazó a él y lloró hasta vaciarse.

Había dibujado la piel abandonada de una serpiente. La mudanza de un animal majestuoso que reptaría desconcertado y asustado por la selva hasta fundir su carne con su flamante disfraz nuevo.


viernes, 8 de enero de 2010

Carta a un amor de juguete

Foto: Un Tac. Ribadeo 2009.

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Ojalá te amara para ser capaz de pedirte locuras, para escribirte versos tarados y dejártelos en el bolsillo de la chaqueta.

Ojalá sintiera debilidad y absoluta predilección por tus manos y así estremecerme, electrocutarme entre caricias en una cama nuestra. En una cama sin visiones de orgasmos vertiginosos entre otros brazos.

Yo querría enamorarme perdidamente de ti por cómo me miras, por cómo me tocas y me saboreas. Porque nunca nadie me hizo sentirme jamás tan hermosa.

Ojalá pudiera apretar un botón que hiciera que mi cuerpo sólo te buscara a ti, que mis labios sólo esperaran tu saliva. Me gustaría poder estarme quieta a tu lado sin salir corriendo a la calle a jugar cuando escampa.

Si te amara podría no cansarme de tus ojos desmayados cuando te hago el amor. Si te amara podríamos fundar un imperio de sueños y palabras, un taller de historias, una vida en calma y en constante movimiento.

Pero creo que no es posible. Cuando estamos juntos después de hacerlo siempre miro hacia la ventana, me muerdo el labio inferior... y espío, de soslayo, el reloj.




sábado, 2 de enero de 2010

Foto: Posibles.

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Una habitación desangelada y dos cuerpos que se acecharon toda la noche. Una escapada convenida y discreta. Callada.

Luego se consumen el cuerpo con ahínco pero sin ganas. Con furia pero sin electricidad.

Después se despiden y no se recuerdan. O se recuerdan, pero no se piensan.

Ella introduce la llave en la cerradura de su piso y al cruzar el umbral ya se perdieron los besos impersonales. Él se refugia en la cama propia y recuerda las convulsiones del placer, pero ya no tienen su cara.

Parece que nada hubiera ocurrido, parece que sus cuerpos nunca fueran uno en un desorden de piel encendida.

Se conocen vestidos pero desnudos sus cuerpos no se hablan, sólo se aúllan, se gritan, se consumen. Y al final se niegan. No se tocan dormidos, no se abrazan rendidos. Sólo se palpan en las prisas de la carne en su punto.

La pasión desprovista de ternura se pierde como se pierde la espuma en las grietas de unos labios deshidratados.