viernes, 15 de agosto de 2008



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Las mariposas más hermosas no soportan que nadie les acaricie las alas. Éstas se marchitan si alguien, embrujado por su belleza, extiende su mano y las roza siquiera. 

Pueden morir si esto sucede. Es la contradicción más dolorosa y bella que existe. Tan inefablemente espléndidas... y tan inalcanzables.

Hay que esperar a que la mariposa, en pleno vuelo, se pose en nuestra mano  para poder tocarla sin herirla. 

Hay que esperar a que se sienta pletórica y viva para que descanse en la piel de una sin miedo a que le dañes las alas. Recordemos que, si esto pasa, la mariposa más hermosa puede morir de pena. Porque aunque sus alas brillen de mil colores es frágil y tiende a la melancolía. 

Las mariposas más hermosas también necesitan alimento y se lo procuran besando alguna flor, pero la flor ha de tener mucho cuidado. Mucho tacto. Hay que saber que a la mariposa más hermosa se le pude hacer mucho daño con una caricia, se le puede robar el color de sus alas y, no nos olvidemos, enfermarla de pena.

Las mariposas más hermosas se rompen casi sin querer. Y si las observas quietas, tranquilas, sin que se sientan acechadas, te das cuenta de que no soportan ser tocadas porque temen convertirse en gusanos si alguien les hiere las alas.

Pero un gusano de seda, les digo, siempre puede, si descansa y no es abrumado, convertirse de nuevo en la metáfora viva de la belleza. 

Un gusano de seda no es un gusano, es una mariposa dormida. 

Y aunque admiro su belleza frágil y honesta, yo elijo una condena en una guarida de seda antes que aletear en la eternidad tentadora y atormentada. 
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