miércoles, 4 de agosto de 2010

Amores reflejo

-¡Hola! No me conoces pero me presento: aún no lo sabes, pero soy la mujer de tu vida.

Él ríe abiertamente, se acaricia el mentón y dice:

-Vaya, encantado de conocer a la nueva mujer de mi vida. Me llamo Daniel.

-Yo Tamara. Encantada Dani. ¿Tomamos algo y así te cuento cómo va a ser nuestra vida a partir de ahora?.

-No le tienes miedo a nada, Tamara.

-Estarás conmigo en que eso es un lujo y una pérdida de tiempo.

-Estoy contigo sí. Yo invito.

...

"Lo vi cuando se acercaba al andén. Recuerdo que alguna vez le escuché decir a un amigo que cuando había una mujer cañón a 300 metros a la redonda él la detectaba sin siquiera proponérselo, como si ella ejerciera algún tipo de atracción visual involuntaria. Esto fue algo parecido. Yo ojeaba una revista pero sin saber por qué levanté la mirada y lo vi. Venía hacia el andén cargado con su violonchelo y una mochila pesada al hombro. Se movía con expresión de calma, despeinado, paciente e indecentemente apetecible. Podría decir que la imagen hasta me conmovió un poco. Siempre tuve predilección por las personas que saben de música, tal vez como remiendo a mi ignorancia, pero es que además él sonreía escandalosamente bien. Y mucho. En esos diez minutos que se demoró el tren, lo vi sonreír mientras hablaba por teléfono varias veces, y en tres de ellas rió con franqueza muy ruidosamente. Un auténtico manjar.

La verdad es que aunque el chico destilaba estímulos me daba pereza abordarlo con algún ingenio, entablar conversación, aguijonear, intentar despertar la curiosidad...etc. No me sentía especialmente fuerte o bella ese día, y este tipo de perlas deben recogerse con el equipo adecuado. Has de sentirte una reina persa antes de acometer este tipo de atropellos si no quieres que tu dignidad zozobre en el intento. Y esa tarde yo era algo más parecido a un colibrí cansado que a una matriarca regia. Así que no dejé de espiarle, porque soy una maldita voyeur, pero los colmillos permanecían en posición de descanso.

Llega el tren. Busco mi asiento. Me acomodo. Apoyo la cabeza en el cristal de la ventanilla, no sé porqué pero me encanta dormitar en el tren. Pero esta vez no puedo. Mi vagón. Acaba de entrar en mi vagón. Está casi vacío pero él coteja el número de su billete y sigue descartando asientos. Así hasta pararse en el pasillo a mi altura. ¡Bendito sea el hombre que nos vendió los billetes, que nos unió con un click para deleite y sobreexcitación de mis sentidos! Así, juntitos. Olía a madera y picante dulce. La vida es maravillosa, amigos.

Se arrellanó en el asiento y sacó un librito de su mochila. "Carta de una desconocida" de Zweig. Creí estar dentro de un serial adolescente. Era el mismo libro que yo llevaba en mi bolso. Estoy segura de que si alguien me contase esta historia hasta aquí yo aseguraría que no dejaría escapar tales señales del destino. Prometería con vehemencia que en semejante coyuntura sacaría mi ejemplar e interpretaría una dulce opereta de seducción. Pero no lo hice.

Me quedé a su vera, sorprendida por la nitidez del calor corporal que me llegaba, observando disimuladamente cómo se mordía los labios al concentrarse para leer. Extasiada, acobardada, hipnotizada. Demasiada belleza para mis tretas de siempre. Demasiada debilidad recorriendo mis venas. Cerré los ojos. Así podía oler mejor, incluso seguir el compás de su respiración. Me imaginé desnudándolo despacio, pero con avaricia, y entre un collage de imágenes dementes y caprichosas me dormí. A su lado, completamente dormida y completamente consciente de su presencia. Los trenes ofrecen un sinfín de visiones inimaginables en otros registros. Dormí a su lado, sí, para mi en ese momento fue irrelevante el contexto.

Me desperté en A Coruña, última parada. Él ya no estaba. Tuvo que recoger sus cosas con infinito cuidado para no despertarme, con el sigilo del insecto y la delicadeza del violonchelista. Sólo quedaba el billete sobre su asiento. Bendije a mi profana forma otra vez ese pedazo de cartulina aunque ahora me sintiese desamparada, abandonada. Como quien descubre que el amante huyó escondiéndose en la noche pero aún así se recrea en el rastro de su olor en la almohada. Sé que fue infantil, pero me sentí despechada.

Manoseé maquinalmente el billete, como para asir la única prueba tangible de mi pasión. Lo escudriñé y descubrí que era para otro vagón. Otro vagón, otro asiento.

Me quedé con eso y con un placentero calambre en la sangre: alguien me había tapado cuidadosamente con mi chaqueta para que durmiera abrigada".

5 comentarios:

Canan dijo...

me caí y después de eso, regresé a la realidad para darte las gracias por esta hermosa historia, hoy viajé en tren.

besos

Anónimo dijo...

El Amor... esa Bestia estúpida que nos rehuye tan a menudo que en ocasiones, es cierto, creemos no habérnosla topado de frente nunca...

Un fuerte abrazo desde el Otro Lado.

Anónimo dijo...

las primeras palabras de este relato me resultan muy familiares. Hay momentos en los que "algo" te dice que esa PERSONA va ser importante en tu vida .
Hace casi diecisiete años ... Yo le regalé una rosa ,le dije que sería la mujer de mi vida el día que la conocí... Todo lo demás ya lo sabes ..
BESOS !!!

Canan dijo...

vuelvo a vivir cada vez que te leo.

gracias!

Anónimo dijo...

Pues yo soy de los que estamos convencidos de que en La Coru ya no quedan chicas así. xDDD.
Mola tu blog, las cosas están muy bien (de)scritas. :-). Llegué por casualidad y ahora lo leo en profundidad. :-).
Y dí que sí, para mí también es muy importante que una persona sepa (de) música. :-).
Gracias por compartir estas cosas con nosotros los seres anónimos!
Feliz 2011.

H.