domingo, 5 de octubre de 2008

Notas de una merienda




Qué frío hace.

Estoy en un banco perdido perdida en una ciudad desangelada,
tan ordenada que no te permite fantasear
tan rápida que no te permite deambular.

Pero yo fantaseo y deambulo porque hace frío y quería que la ciudad me contara algo.
Salí a buscarla y la encontré en este banco.

En el río.

En el silencio y en el espacio abierto. 

En los dos cisnes blancos que fotografié con tan poca fortuna pero que me rescataron la fascinación de la infancia. 

En el libro que me prestaron esta semana y que todavía me golpea, que se me presenta en sueños y me habla de lo puro, de lo mezquino y de mirarse al espejo con franqueza para no perecer ante ese reflejo. 

Hedda me cuenta, yo sentada y engullendo una salchicha con un nombre impronunciable, que asimilarnos es duro y a veces injusto para quienes nos rodean...pero también la única forma de amar las miserias propias. Pero me lo cuenta desde lo dolorosamente hermoso de la tragedia. Desde los ecos de Medea. Desde la determinación de Antígona y desde las frustraciones de Electra.

Tengo mucho frío, 

el otoño estaba insinuando en Galicia...

...pero esta ciudad parece estar dibujada en invierno...

...hermosa...pero intratable.

Me voy al centro a escuchar acentos exóticos y sentir el vértigo de lo indescifrable...aquí se quedan estas notas, que me he quedado ya sin comida.

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