lunes, 22 de marzo de 2010



-Hola gatito ¿me vas a contar un cuento oscuro esta noche?.
-Claro que sí, uno de un hada bonita y perversa que maullaba a los gatos para robarles seis vidas.
...

Yo soy una Alicia que se pierde en mundos dementes por culpa de su curiosidad. Una con un vestido de colores que decide si hacerse grande o pequeña llevándose dulces a la boca, pero que no despierta después de la siesta porque le encantan los sombreros y los locos.

También soy un Peter Pan hiperactivo y caprichoso que no quiere crecer... pero al que le pirra jugar con los mayores.

Soy una Caperucita feroz que coquetea con el lobo tonto y lo disfraza de abuelita como juego perverso. Una Dorothy que seduce espantapájaros, hombres de hojalata y leones mansos. Una que se queda con los zapatos rojos de la bruja y se esconde con el mago detrás de la cortina a poner voces y jugar a los médicos.

Un ¡viva! por las malas de los cuentos, las princesas feas y las sapitas que se quedan tristes en su charco cuando una rubia besa a su sapo y se lo lleva para siempre, un aplauso a los príncipes miopes que escalan un castillo con el muñón de una trenza, a las bellas durmientes que tienen sueños eróticos. Un ¡bravo! por los genios de lámparas maravillosas que no pueden ayudarse a sí mismos, por las cenicientas que calzan un 40 y por las sirenas espabiladas que saben que siendo medio pez no se tienen orgasmos.

Desde pequeños nos enseñaron que lo divertido empieza cuando se muerden las manzanas.



jueves, 4 de marzo de 2010

Foto: Cosasquenoquise.

....

Resplandeciente. Sintiéndose una reina persa. Colmada de atenciones y halagos. Pagada de su talento y levitando en su propio ego. Se sentía tan fuerte...

La mañana empezaba en un rincón perdido. Quedaba un largo día por delante de flashes, cambios de vestuario, retoques... un día entero en el que ella se sentía el pulmón de un entramado engrasado para engrandecerla.

Un bar frente a la playa. El equipo necesitaba una dosis de cafeína y nicotina. Un pueblo pequeño, costero y decadente. Era muy temprano y apenas había dónde elegir.

Entraron.

Ya en la puerta le recorrió un calambre punzante por el espinazo. Esa silueta...

Todos estaban dentro ya. No podía desaparecer. Querría volatilizarse. Querría ser el pétalo de un diente de león. Pero debía entrar, la parada para el café era parte de la logística de su trabajo. Sentarse, escuchar las indicaciones de lo que debía hacer, atender a los cambios del plan... Debía entrar. Y eso es lo que hizo.

Él estaba apoyado en la barra. El bar era minúsculo, cuadrado. Un único espacio asfixiante y sucio en el que él empezaba el día con una cerveza a la hora del café. Llevaba un abrigo de promoción de una marca de vodka. Despeinado, desaseado, decrépito.

Se vieron. Ella se acercó y resolvió el encuentro con fingida sorpresa y un abrazo correcto. Detectó las miradas de su equipo, preguntándose de qué conocería a ese señor.

- Oh! pero... pero... ¡qué sorpresa!- olía a alcohol y tenía las mejillas salpicadas por las inconfundibles venas del exceso.
- Ya ves, venimos a sacar unas fotos por esta zona...

Ahí, cuando ahogó su respectivo:"¿y qué haces tú aquí?" fue consciente de que ni siquiera se había parado a pensar, al entrar en aquel pueblo, que él vivía allí. Lo había borrado de su memoria tan eficazmente que no se había asomado la posibilidad de un encuentro en ningún resquicio de su imaginación. Se sintió desarmada, expuesta.

- ¿Te quedas a comer conmigo?
- No... no puedo. No estaremos aquí más de un par de horas...
- Ah... - sus ojos se apagaron drásticamente- claro, entiendo...
- Bueno, me voy a sentar con ellos que estamos trabajando...
- Sí, sí... no te preocupes, ve...

En la mesa, con todo el equipo, apenas mostró la perturbación que la ahogaba. Disimuló el temblor de sus manos sentándose sobre ellas. Hacía años que no sabía de él... Anotó todo lo que le dictaban, escuchó y recibió la información que le disparaban como si nada hubiese pasado. Pero su expresión de atención era una mueca fingida. Su tranquilidad, una pose depurada.

Se levantaron, pagaron y ella se despidió de él correcta y concisa.

Cuando caminaban hacia el coche un breve comentario de un compañero:

- Te conocen en todas partes ¿eh?
- No, no... es que vine un par de veces por aquí en verano... pero apenas lo conozco... - ahogó un trago de saliva y la angustia que le quemaba el estómago.

En el bar, él le pedía un cubata bien cargado a la camarera. Cuando lo tuvo entre sus manos esbozó una sonrisa y le dijo al anciano que estaba a su lado en la barra:

- É filla miña.

Bebió un sorbo y enseguida le atropelló la crudeza de la imagen de aquel encuentro. La frialdad, el anonimato, la certidumbre de no sentirse parte de nada. El orgullo paterno se diluyó en el vodka y entonces ya sólo pudo sentirse aplastado por la vergüenza.